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pregunta, puedes irte; yo voy a esperar aquí. Quizá tenga la suerte de encontrar al viejo soldado Iarko.

Iarko se paró en seco.

—¿Para qué necesita a Iarko?

—Porque me han dicho que es un hombre muy inteligente, que puede responder a cualquier pregunta que se le haga. Llegué a pensar que eras tú mismo; pero veo que me había engañado; contigo no hay manera de encontrar el buen camino.

Entonces el soldado puso de nuevo sus botas en el suelo.

—Pues bien; vuélvame a preguntar.

—No vale la pena.

—Pruebe usted, sin embargo.

—Bueno; ya que insistes, dime: ¿quién era mejor, el judío Iankel o el molinero?

—Por ahí se debía haber empezado. No me gusta la gente que quiere atravesar un río, no por el puente, sino a lo largo. En lugar de andar un kilómetro por el camino recto, andan diez buscando las vueltas. En cuanto a su pregunta, voy a responder punto por punto. En primer lugar, el judío Iankel tenía una sola taberna, mientras que el molinero tiene dos.

"Las cosas empiezan a ponerse mal—pensó el molinero. Iarko hubiera hecho mejor en no hablar." Pero Iarko prosiguió:

—Cuando yo trabajaba con Iankel no tenía bue-