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Con quién he venido a tratar!

—A tus órdenes!

—Entonces, ¿fué usted quién el año pasado?...

— Perfectamente!

—¿Y ahora viene usted a buscar al molinero?

—Quizá sí...

Iarko reflexionó un instante, con la pipa en la boca, y dijo:

—Pues bien, cójale usted. Yo no he de llorarlo.

No perderé gran cosa. Cuando se haya usted llevado al molinero, yo me sentaré a la puerta de la taberna y esperaré que venga un nuevo amo.

El diablo lanzó otra carcajada formidable. Iarko cogió sus botas y se alejó con paso rápido.

Cuando pasó cerca del molinero, éste le oyó gruñir:

—¡Esto sí que está bueno! Después de haberse llevado a uno, viene ahora a llevarse al otro. A mí no me importa eso. Cuando el diablo se llevó al judío, su sucesor fué el molinero; cuando el diablo se lleve al molinero, quizá sea yo mismo el sucesor. El dinero de la taberna está en mi casa.

¿Por qué no he de ser yo el tabernero? Me convertiría entonces en un personaje importante, como el molinero. Pero yo no seré tan tonto como él, y no pasaré jamás de noche por la presa.

Y Iarko subió a la colina.

El molinero miró a su alrededor. No había nadie que viniera en su auxilio. Hasta la luna se había escondido y no iluminaba el camino. Se oía el canto de la rana y los gritos de un pájaro noctur-