Página:El escudo y los colores nacionales.djvu/10

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de las tropas, sostenida por su propia mano, como primer abanderado de la Patria. La Asamblea al felicitar al ejército del Norte por su victoria de Salta, alcanzada con el pabellón celeste y blanco, sancionó implícitamente los hechos producidos por el comandante en jefe.

En los uniformes de la mayor parte de los cuerpos hispanoamericanos, que se batieron en 1806 y en 1807 contra los ingleses, predominaban los colores azul y blanco. La compañía de Cazadores Correntinos lucía pantalón blanco y casaca azul celeste, con alamares blancos. El penacho del sombrero era también celeste y blanco. Los batallones de Marineros y Mineros usaban uniforme completo azul con vistas rojas. Los gloriosos húsares de Pueyrredón vestían como los anteriores, con alamares blancos sobre el pecho. Azul era el uniforme de los artilleros con peto encarnado. El batallón de Naturales llevaba pantalón blanco y blusa azul. El regimiento de Pardos guerreó con casaca celeste y pantalón blanco. Los regimientos de Patricios afrontaron el fuego con pantalón blanco, blusa azul y penacho del primer color. En los uniformes de los Gallegos, Arribeños, Andaluces y Montañeses, el pantalón era blanco y las chaquetas azules con peto blanco en el primer cuerpo, y rojo en los tres últimos. Este predominio del azul «color del cielo sin nubes», según el léxico oficial, pudo tener por origen actos de fidelidad al monarca Calos IV, como lo presume el general Mitre, en la obra y lugar citados, ó tal vez sería casual. Los siete mil hombres armados en Buenos Aires y cuya revista tuvo lugar en el bajo de Barracas al Norte el 17 de enero de 1807, aparecieron uniformados en su mayor parte á sus propias expensas ó « por la liberalidad de las personas pudientes con el mayor lujo y gusto en sus trajes. Y es cosa singular que para esto no contribuyó en poco el enemigo mismo, con motivo del apresamiento que se le hizo de varios buques en los seis primeros meses siguientes á la Reconquista » Así habla un testigo ocular y narrador autorizado de las invasiones inglesas, Saguí, en su conocido libro. Era natural que no abundaran en la plaza de Buenos Aires, cortada del comercio universal, las telas propias para