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Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/104

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ción, también metafísica, que dice que todo lo que nace muere. «Dejad las preocupaciones tradicionales; dejad á Spencer y demás sabios evolucionistas; empapáos en el profundo sentido de esa biblia natural que se llama el Origen de las especies de Darwin, y estaréis en el noviciado de la gran Orden de la inmortalidad;» esto decía don Atanasio.—No hay tiempo para explicar aquí por qué lo decía. Tampoco lo hay para dar razón detallada de por qué no podía inmortalizarse más que á un hombre y su descendencia. Ello era que los polvos de la madre Celestina, digámoslo así, merced á los cuales se podía conseguir la vida inmortal, eran de tan esmeradísima, difícil y delicada fabricación, que la humanidad entera tenía que consagrarse, en sacrificio, á producir el elixir misterioso, que era una quinta esencia de cierto jugo vital descubierto por don Anastasio. Se calculó que se necesitaba que todos los millones de hombres que forman los pueblos civilizados y á medio civilizar se dejasen hacer cierta operación dolorosísima, aunque no peligrosa, para sacar la substancia necesaria á producir la inmortalidad de un solo individuo. Además, la tal operación exigía gastos exorbitantes de los Estados en materias químicas, estudios, hospitales ad hoc, viajes, comisiones, etc., etc. En fin, un dineral. Cada nación tenía que empeñarse para mucho tiempo.

No importaba; todo se daba por bien empleado. ¿Qué sacrificio no se haría por reconquistar la vida inmortal, perdida á las puertas del Paraíso? La