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Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/112

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Erin, de mi católica y pintoresca Asturias, usan traje talar, sombrero de teja, de alas sueltas y cortas; y á fuerza de humildad y con prodigios de obediencia consiguen montar á caballo con sotana ò balandrán, sin hacer la triste figura, y sortear las espinas de los setos, sin dejar entre las zarzas girones del paño negro.

Pero en los tiempos á que me refiero, no lejanos, el cura de aldea ordinariamente parecía un caballero particular vestido de luto, con alzacuello de seda ó de abalorios menudos y con levita y chistera, de remotísima moda las más veces.



El diputado Morales, cacique desde Madrid, de una gran porción del territorio de la corte, lo menos, del que abarca dos ó tres arciprestazgos, pasa los veranos en su magnífica posesión de la Matiella en lo más alto de una colina cercana al mar. Desde el palacio, que así lo llaman los aldeanos, de los Morales se vé el cabo de Peñas, que avanza sobre el Cantábrico con gallardía escultórica; y del otro lado, al Oriente, se domina la costa accidentada, verde y alegre, hasta el cabo del Olivo. Y por la parte de tierra asisten los pasmados ojos, por un