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Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/117

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—¡Verán ustedes qué sombrero!—nos dijo Morales, una tarde de Agosto, en que tomábamos café en la glorieta central del parque de la Matiella.

Un criado acababa de anunciar al señor cura de la parroquia.

Morales y el cura, por quisquillas de Morales y dignidad del párroco, habían estado sin verse dos ó tres años; pero le había convenido al cacique una reconciliación, y el clérigo se había apresurado á admitirla, por caridad y espíritu sinceramente humilde. La tarde anterior Morales había visitado al cura, le había invitado á tomar café al día siguiente, y el cura no tenía sobre la cabeza más que un humildísimo gorro negro.

—¡Verán ustedes qué sombrero!—repitió Morales pensando en la chistera que usaba el cura tres ó cuatro años antes. No recordaba el sombrero, sino la impresión que á él le había hecho; no recordaba sino que era de modelo antiquísimo, de figura antediluviana...

Por un sendero en zis-zás, de resplandeciente arena amarillenta, se fué acercando una figura negra, esbelta. Veinte ojos fisgones, seis de ellos de mujer, ojos de gente madrileña, se habían clavado en el buen clérigo, y parecía que le estaban examinando de la ciencia de andar por un parque de gente rica como se debe. Largo era el exámen, porque larga era la distancia, pero el cura no se daba gran prisa á abreviar el trance, que para él por lo visto no era amargo, ni siquiera molesto. Casi todos estábamos cubiertos, porque en aquellas alturas sopla-