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Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/131

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—¡Ya va un toque!—decía sonriendo á todos don Sindulfo, y aludiendo á la campana del comedor.

—¡Ya han tocado dos veces!—exclamaba á poco, con voz que temblaba de voluptuosidad.

Y Pérez, oyéndole, se juraba acabar cierta monografía que tenía comenzada proponiendo la supresión de los cabildos catedrales.

Fué el sabio díscolo y presunto minando el terreno, intrigando con camareras y otros empleados de más categoría, hasta hacerse prometer, bajo amenaza de marcharse, que en cuanto se fuera el canónigo, que sería pronto, el puesto de honor, con sus beneficios, sería para él, para Pérez, costase lo que costase. También se le ofreció el cuarto de cierta esquina del edificio, que era el de mejores vistas, el más fresco y el más apartado del mundanal y fondil ruído. Y para tomar café, se le prometió cierto rinconcito, muy lejos del piano, que ahora ocupaba un coronel retirado, capaz de andar á tiros con quien se lo disputara. En cuanto el coronel se marchase, que no tardaría, el rinconcito para Pérez.



En esto llegó Alvarez. Aplíquesele todo lo dicho acerca de Pérez. Hay que añadir que Alvarez tenía