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Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/132

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el carácter más fuerte, el mismo humor endiablado, pero más energía y más desfachatez para pedir gollerías.

También le aburría aquel rebaño humano, de vulgaridad monótona; también se le puso en la boca del estómago el canónigo aquel, de tan buen diente, de una alegría irritante y que ocupaba en la mesa redonda el mejor puesto. Alvarez miraba también á don Sindulfo con ojos provocativos, y apenas le contestaba si el buen clérigo le dirigía la palabra. Alvarez también quiso el cuarto que solicitaba Pérez y el rincón donde tomaba café el coronel.

A la mesa notó Alvarez que todos eran unos majaderos y unos charlatanes... menos un señor viejo y calvo, como él, que tenía enfrente y que no decía palabra, ni se reía tampoco con los chistes grotescos de aquella gente.

«No era charlatán, pero majadero también lo sería. ¿Por qué no? Y empezó á mirarle con antipatía. Notó que tenía mal genio, que era un egoísta y maniático por el afán de imposibles comodidades.

«Debe de ser un profesor de instituto ó un archivero lleno de presunción. Y él, Alvarez, que era un sabio de fama europea, que viajaba de incógnito, con nombre falso, para librarse de curiosos é impertinentes admiradores, aborrecía ya de muerte al necio pedantón que se permitía el lujo de creerse superior á la turbamulta del balneario. Además, se le figuraba que el archivero le miraba á el con ira, con desprecio; ¡habríase visto insolencia!»