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Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/147

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muerte, veían al médico del Concejo que recetaba chocolate.

Ramona, la madre, con aquel refinamiento de la asistencia médica, empezó á acariciar una esperanza loca, de puro lujo: la de sanar, ó mejorar algo á lo menos, gracias á dar el pulso á palpar y enseñarle la lengua al doctor, y gracias, sobre todo, á los jarabes de la botica. Bernardo llegó á participar de la ilusión y de la pasión de su madre. Soñó con curarla á fuerza de médicos y cosas de la botica. El doctor, chapado á la antigua, era muy amigo de firmar recetas; no era de estos que curan con higiene y buenos consejos. Creía en la farmacopea, y era además aristócrata en materia médica; es decir, que las medicinas caras, para ricos, le parecían superiores, infalibles. Metía en casa de los pobres el infierno de la ambición; el anhelo de aplacar el dolor con los remedios que á los ricos les costaban un dineral.

El tal Galeno, después de recetar, limitándose á los cortos alcances que la Sociedad le permitía, respiraba recio, con cierta lástima desdeñosa, y daba á entender bien claramente que aquello podía ser la carabina de Ambrosio: que la verdadera salud estaba en tal y cual tratamiento, que costaba un dineral; pues entraban en él viajes, cambios de aire, baños, duchas, aparatos para respirar, para sentarse, para todo, brevajes reconstituyentes muy caros y de eso muy prolongado... en fin, el paraíso inasequible del enfermo sin posibles...

Bernardo tenía el alma obscurecida, atenaceada