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Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/150

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etcétera... y suspirar y resignarse. Su pobre madre no curaría; porque él podía comprarle, con gran sacrificio, la medicina cara una vez, dos veces... pero luego, ¿qué? El mal vendría más fiero y el dinero se habría acabado y hasta el crédito... y... imposible, imposible.

La prueba de que todo aquello era para ricos, muy caro, estaba en lo rico que se había hecho don Benito; tenía ya millones... Era un trato: él daba la salud y á él le pesaban en oro... los que podían.



Una tarde vió Bernardo entrar en la droguería á un anciano que parecía un difunto; un difunto de muy mal humor, con un ceño que era mueca de condenado; encorvado, como si estuviese herido por una maldición del cielo, con la respiración anhelante, irregular, los pómulos salientes, los ojos brillantes y angustiosos de modo siniestro. Vestía traje de muy buen corte, de riquísimo paño, pero muy descuidadamente. Entró sin saludar, se sentó en un sillón que solía ocupar D. Benito, y al momento le rodearon, con grandes muestras de respeto, todos los dependientes.