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Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/161

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Emilio Serrano era de los que opinan que la única tentación seria es la Mujer. Fuera del Arte, de la Filosofía, que en X no se podían cultivar más que á lo solitario, no había más que la Mujer. Lástima que en la mayor parte de las circunstancias, el amor fuera fruta prohibida. Amparo le pareció muy bien desde el primer día que la vió. A la segunda visita los dos comprendieron que entre ellos tenía que haber algo, aunque ese algo acabara por no ser nada. Esto de acabar así no era Amparo quien lo suponía posible, sino Emilio, que había tenido muchos amoríos de cabeza, por el estilo. Su imaginación necesitaba mucho más de esta clase de recreos que su corazón y sus sentidos. Amparo no estaba acostumbrada á tener adoradores tan escogidos, por lo que toca á los refinamientos espirituales. La novedad de aquellas cosas que había en el mundo de las almas, de las ideas, la atraía; hasta en lo moral, en el sacrificio, en la abstinencia reconocía ya que podía haber algo distinguido, chic. ¡Y qué hombre era aquel Serrano! Era un predicador, sin parecerlo; no era un hipócrita, pues no escondía sus debilidades, pero daba á entender que para él había pecados y que había que resistir las tentaciones. Esto último era de la más alta novedad para Amparo, y por nuevo le gustaba. En fin, que aunque lo hubiera hecho apropósito, según arte, Emilio no hubiera podido inventar nada mejor que aquel ten con ten, para engolosinar á la señora del director del Banco.

Llegaron á tratarse con gran intimidad; siempre