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Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/160

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nos concebía que se le resistiera un hombre á quien ella, por relaciones íntimas de amistad entre las respectivas familias, tenía ocasión frecuente de poner en graves apuros con tentaciones de la soledad más insinuante... Y, por último, lo que le parecía rematadamente imposible, era... la realidad que estaba tocando, que no se le declarase, arrojándose á sus pies, loco, furioso de pasión, un hombre que la veía todos los días, á quien ella ponía el más apretado cerco... y del que podía asegurar que la deseaba con todas las potencias del alma concupiscente. Y este era el caso; y por este caso extraordinario encontraba ya Amparo más interés y atractivo en su vida invernal de X que en las alegrías locas del verano.

Se trataba del interventor del mismo establecimiento que el marido de Amparo dirigía. Era Emilio Serrano joven todavía, casado, con tres ó cuatro hijos, regular de figura, no descuidado en el vestir; madrileño que se aburría en una provincia de tercer orden; hombre de vida espiritual, amigo de libros, artes, filosofías y aún teologías, que en X no tenía con quien hablar apenas de aquellas cosas superiores.

Amparo, aunque no tenía de Jorge Sand nada más que el latitudinarismo ético, que en ella no ofrecía las explicaciones que había para el de la ilustre escritora, se creía mujer algo superior, capaz de comprender cosas hondas y raras, si acababan, apurada la cuenta, en placer y apasionamiento materiales.