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Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/166

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ban mucho de menos; y el primer apretón de manos al volver á verse, hablaba de esto.

A Serrano se le murió un hijo. El padre, con el dolor, cayó enfermo. Ya convaleciente, Amparo fué á verle, con su marido. Quedaron solos aquellos buenos amigos, un momento. Los dos callaban. Amparo, aprovechando una mirada de Emilio sonrió de esa manera que anuncia palabras solemnes, confianzas íntimas:

—Pobre Emilio,—dijo,—ya vé usted... de todas maneras... se le ha muerto á usted uno. No se puede creer en aprensiones.

Emilio poniéndose en pie, con voz dulce, pero que á ella le pareció agria, helada, contestó:

—Amparo, sí: he perdido un hijo. Como los pierden los malos... y los buenos. El pacto que yo creía un dogma... era impío. Mi dolor es muy grande. Pero ¿sabe usted lo que mitiga mi pena? Pensar que no padezco el suplicio infernal que sería haber caido en la tentación y creer que era yo, por mi pecado, quien mataba á mi hijo. Lo que Dios me da á cambio de no gozar el crímen, no es la vida de mis hijos, que no puede ser mía; sino la paz de mi conciencia... que es lo único mío.