puro de su retiro empingorotado. Cuando oía hablar de las prevaricaciones y manos puercas de muchos sujetos, algunos compañeros suyos, y pensaba con orgullo, en su inmaculada honradez, en su probidad segura, achacaba la diferencia por asociación de ideas, ó mejor de imágenes, á la impureza del aire que se respiraba allá abajo. Se le figuraba que aquellas pobres gentes que casi nunca se codeaban con los gatos allá por las nubes, que no recibían, horas y horas, los soplos del aire puro, cerca del cielo, bajo torrentes de luz, en atmósfera transparente, se iban llenando de microbios morales que producían aquellas debilidades de conciencia, aquellas tristes caídas. Pero, en general, pensaba muy poco en todo esto. No le importaba lo que hacían los demás, y tampoco dedicaba mucho tiempo á recordar los propios méritos y servicios. Así, que casi tenía olvidadas ciertas visitas que le habían hecho illo témpore, en su humilde guardilla disimulada, ilustres personajes de la política y del foro. Dos habían sido los señorones que habían venido á pedir algo al pobre Miajas á tales alturas.
La oficina de don Baltasar era muy importante porque en ella se despachaban asuntos de muchísimo dinero, y como, en último resultado, el que entendía y en realidad resolvía las arduas cuestiones de minas ó cosa así de que se trataba, era don Baltasar, y solo él; los que entendían de veras la aguja de marear querían y procuraban tenerlo de su parte; pues aún suponiendo que más arriba se quisiera atender más al favor que á la justicia y á la ley,