mucho era, y en ocasiones indispensable, contar con el informe de aquel perito incorruptible. Una emperatriz ó cosa así, tenía grandísimos intereses en cierto negocio famoso, y era, abogado y principal agente de la ilustre dama un santón político de los primeros, muy popular, elocuente... y largo. No se anduvo en chiquitas; con sus aires democráticos, subió al cuarto piso de Miajas, y entre bromitas, confianzas, promesas y veladísimas amenazas procuró ganar el ánimo del modestísimo empleado de diez mil reales, de quien ¡oh, escándalo! en realidad dependía aquel asunto que importaba tantos millones.—Pero ¡ay, amigo! que el ilustre prócer no tenía razón; y Miajas, avergonzado, sintiéndolo infinito, como si cometiera un delito de lesa majestad ó por lo menos de lesa soberanía nacional... dijo nones, y el señor aquél, elocuentísimo, jefe de partido, casi árbitro de los destinos del país, en ocasiones, tuvo que bajar el ciento y pico de escaleras, lo mismo que las había subido, sin sacar nada en limpio, porque allí no se podía hacer nada sucio.—Este triunfo no dejaba de halagar á don Baltasar, más que por el mérito de su honrada resistencia, por el honor de haber tenido en su casa, y suplicándole en vano y tratando de convencerle á tan conspicuo personaje. Sin embargo, se le mezclaba esta satisfacción con el remordimiento de no haber podido complacer á una eminencia como aquella, y también tenía cierto escozor que era así como vagos temores de que algún día aquel prócer
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Apariencia