miraba á su padre extasiado, dudando de su felicidad futura... Creía y no creía en los reyes, era acaso dudoso aquello del milagro de los juguetes puestos en el balcón, por manos invisibles... pero ahora se inclinaba á pensar que su rey esta vez iba á ser su padre, y se lo agradecía ¡tanto! ¡tanto! Era mejor así. Pero ¿vendría el juguete?
—¿Y qué le va á traer?—preguntó Carlos entre incrédulo y envidioso de una dicha futura, de que ya no le tocaba nada.
—Eso... Dios lo sabe. Pero me parece á mí... que va á ser... ¿Tú qué opinas, Marcelo?
Marcelo era particularmente aficionado á las defensas de plazas fuertes, era el Vauban de la casa, y mientras Carlos se armaba hasta los dientes, él prefería construir murallas de cartón, y con un ingenio positivo improvisaba aspilleras, cañones, reductos, combinando los más heterogéneos desperdicios de la industria: dedales viejos, rodajas de pies de butacas rotos, cápsulas vacias de escopeta, cajas de cerillas y otra porción de inutilidades que, bien combinadas y distribuidas, convertían la mesa del comedor en una fortaleza muy respetable.
Marcelo opinó que el rey Baltasar le traería, si era amigo de cumplir, soldados de latón, de artillería, con cañones y todo...