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Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/71

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Y padecía infinito las noches de estreno. No comió aquel día; se le iba el santo al cielo; sentía náuseas, inquietud de calentura, y deseaba con ardor, aun más que el triunfo, que volara el tiempo, que pasara la crisis.

«¡Cuánto padecería aquel pobre Leal, que, más pensador que literato, sincero, artista de austera religiosidad estética, ignoraba las miserias y pequeñeces de los escenarios, las luchas de empresa, las cábalas de camarillas y cenáculos!»

Suárez miraba á su amigo con disimulo, y le veía sonreir, mientras se paseaba, entre aquellos lienzos arrumbados, en corto espacio, como en una jaula.

«Es claro que disimula, pensaba Suárez; pero lo hace muy bien. Si yo no supiera que es imposible no padecer en este trance, creería que él estaba muy tranquilo. En sus ojos yo no veo inquietud, amargura; no hay ningún esfuerzo en ese gesto plácido. Lo que es excitado, no lo está.»

Y luego preguntó á su amigo:

—¿No sientes nada... aquí, por encima del estómago?

Leal se rió y dijo:

—No; no siento nada. ¿Es eso lo que se siente?

—Yo sí; eso. Toda la noche.

—Pues yo sólo siento... que esto se lo lleva la trampa. ¿No oyen ustedes? La dama grita, pero más gritan fuera...

En efecto, crecía el tumulto. Los amigos de Leal, los leales, los que le rodeaban, protestaban entre