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Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/72

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bastidores; contestaban, sin que desde fuera los oyesen, es claro, á los gritos del público.

—Conozco esa voz: es la de López, á quien Leal no votó en la Academia de la Historia.

—Y ese otro que dice que bajen el telón es Minuta, el director de El Gubernamental, el imitador de Campoamor...

Suárez callaba y observaba á Pablo, que volvía á pasear, al parecer tranquilo.

En fin, se hundió el drama. Cayó el telón entre murmullos. La dama, que se había destrozado la garganta, corrió á abrazar á Pablo, llorosa, gritando:

—¡Imbéciles! ¡No han querido oir! ¡No han querido enterarse!

Hubo que subir al saloncillo.

Ecce homo.

Allí había de todo. Amigos verdaderos, indignados de verdad; amigos falsos, más indignados al parecer. Pero á estos Pablo les leía en los ojos el placer inmenso que sentían.

Se discutió el drama, la competencia del público, hasta las condiciones acústicas del teatro. El talento del autor nadie lo ponía en tela de juicio. ¡Estaba él allí! Algunos, haciendo alarde de franqueza y mirando con delicia el efecto de sus palabras, decían que la cosa era una joya literaria pero acaso no era teatral. Otros gritaban: «Es teatral y es muy humana... y muy nueva... ¡El público es un imbécil!»

—Eso no—decía un autor que ni en ausencia se atrevía á ser irreverente con el público.