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Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/86

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á la condición personal de D. Narciso, que era un enfermo de mucho cuidado..... como hay toros de mucho cuidado también, ante los cuales el torero necesita tomar bien las medidas á las distancias, y á los quiebros, y al tiempo, para no verse en la cuna. El médico era á don Narciso lo que el torero á esos toros; porque don Narciso, hombre nerviosísimo, filósofo escéptico y aficionado á leer de todo, y por contera aprensivo, como todos los muy enamorados de la propia, preciosa existencia, le ponía las peras á cuarto al doctor, discutía con él, le exigía conocimientos exactos á lo que á él le pasaba por dentro, conocimientos que el doctor estaba muy lejos de poseer; y con las voces técnicas más precisas le combatía, le presentaba objeciones, y, en fin, le desesperaba. Lo peor era que, acostumbrado don Eleuterio, el médico, á la mala manía de hablar delante de sus enfermos legos en los términos del arte, porque así ni él mentía ocultando la gravedad del mal, ni los enfermos se alarmaban demasiado, porque no le entendían, á veces se le escapaba delante de D. Narciso alguna de esas palabrotas poco tranquilizadoras para quien las entiende; y el paciente, erudito, siquiera fuese á la violeta, ponía el grito en el cielo, se alborotaba, y si no pedía la Extremaunción no era por falta de miedo. Había que tranquilizarle, mentir, establecer distingos, en fin, sudar ciencia y paciencia; y no para curarle, sino para que se volviese á sus casillas. Don Eleuterio aguantaba todas estas impertinencias porque el parroquiano ó cliente era de oro por lo