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Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/88

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muy hueco porque lucía su erudición trayendo á cuento á los ilustres varones que habían renegado de médicos y medicinas. «Cómo dijo Moliére..... Según Montaigne..... Dijo Quevedo», etc., etc.

Y claro, cuando había que agarrarse á un clavo ardiendo, recurrir á la Medicina, porque D. Narciso se iba por la posta, ¿con qué cara le hablaba don Eleuterio de la eficacia de las recetas ni aún de la probabilidad de los diagnósticos? ¿No habían convenido en que el juego fatal de los fenómenos naturales era demasiado complejo para que el hombre pudiera tener la pretensión de penetrar en su enmarañada urdimbre? Todo iba á dar á la química... y la verdadera química estaba en mantillas.

No se sabía si existían los átomos; lo probable era que no; y sin embargo, los átomos; eran indispensables para la química..... y ni aún esto era ya muy seguro, según las recientes disputas de Ostwald, Cornu, etc. De modo que todo estaba en el aire..... todo se reducía á conjeturas, á hipótesis..... ¡y á don Narciso le llevaban los demonios, porque no quería que el importantísimo negocio de su rápida curación dependiese de nada hipotético.... «O ji ó ja», gritaba él; ji era la muerte y ja la salud. Y aunque decía ji ó ja, al médico no le permitía decir más que ja. Y ja decía D. Eleuterio á regañadientes, porque le gustaba ser claro. Pero en diciendo él ja (la salud, sin duda), se irritaba el otro, y exclamaba:

—¿Usted qué sabe? á mí no se me engaña. Tanto cree usted en esas pócimas como yo; ni usted ni