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José Ingenieros

ñas; es grave error oponerlas a las grandes. Ellas revelan una loable tendencia, pero no pueden compararse con el asiduo celo de perfección que convierte la bondad en virtud.

Para esto se requiere cierta intelectualidad superior; las mentes exiguas no pueden concebir un gesto trascendente y noble, ni sabría ejecutarlo un carácter amorfo. A los que dicen: "no hay tonto malo", podría respondérseles que la incapacidad del mal no es bondad. Aun está por resolverse el antiguo litigio que proponía elegir entre un imbcil bueno y un inteligente malo; pero está seguramente resuelto que la imbecilidad no es una presunción de virtud, ni la inteligencia lo es de perversidad. Ello no impide que muchos necios protesten contra el ingenio y la ilustración, glosando la paradoja de Rousseau, hasta inferir de ella que la escuela puebla las cárceles y que los hombres más buenos son los torpes e ignorantes.

110 Mentira. Burda patraña esgrimida contra la dignificación humana mediante la instrucción pública, requisito básico para el enaltecimiento moral.

Sócrates enseñó — hace de esto algunos años que la Ciencia y la virtud se confunden en una sola y misma resultante; la Sabiduría. Para hacer el bien basta verlo claramente; no lo hacen los que no lo ven; nadie sería malo sabiéndolo. El hombre más inteligente y más ilustrado puede ser el más bueno; "puede" serlo, aunque no siempre lo sea. En cambio, el torpe y el ignorante no puede serlo nunca, irremisiblemente.

La moralidad es tan importante como la inteligencia en la composición global del carácter. Los más grandes espíritus son los que asocian las luces del intelecto con las magnificencias del corazón. La "grandeza de alma" es bilateral. Son raros esos talentos completos: son excepcionales esos genios. Los hombres excelentes brillan por esta o aquella aptitud, sin resplandecer en todas; hay asimismo talentos en algún género intelectual, que no lo son en virtud alguna, y hombres virtuosos que no asombran por sus dotes intelectuales.

Ambas formas de talento, aunque distintas y cada una multiforme, son igualmente necesarias y merecen el mis-