Página:El hombre mediocre. Sexta edición (1926).pdf/120

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
116
José Ingenieros

temperamento de héroe o de apóstol. Por eso el prestigio rodea a las virtudes intelectuales: la santidad está en la sabiduría.

Los ideales éticos no son exclusivos del sentimiento religioso; no lo es la virtud; ni la santidad. Sobre cada sentimiento pueden ellos florecer. Cada época tiene sus ideales y sus santos: héroes, apóstoles o sabios.

Las naciones llegadas a cierto nivel de cultura santifican en sus grandes pensadores a los portaluces y heraldos de su grandeza espiritual. Si el ejempio supremo para los que combaten lo dan los héroes y para los que creen los apóstoles, para los que piensan lo dan los filósofos. En la moral de las sociedades que se forman, culminan Alejandro, César o Napoleón; y cuando se renuevan, Sócrates, Cristo o Bruno; pero llega un momento en que los santos se llaman Aristóteles, Bacon y Goethe. La santidad varía a compás del ideal.

Los espíritus cultos conciben la santidad en los pensadores, tan luminosa como en los héroes y en los apóstoles; en las sociedades modernas el "santo" es un anticipado visionario de teorías o profeta de hechos, que la posteridad confirma, aplica o realiza. Se comprende que, a sus horas, haya santidad en servir a un ideal en los campos de batalla o dessafiando la hipocresía, como en los supremos protagonistas de una Iliada o de un Evangelio; pero también es santo, de otros ideales, el poeta, el sabio o el filósofo que viven eternos en su Divina Comedia, en su Novum Organum o en su Origen de las Especies. Si difícil mirar un instante la cara de la muerte que amenaza paralizar nuestro brazo, lo es más resistir toda una vida los prejuicios y rutinas que amenazan asfixiar nuestra inteligencia.

Entre nieblas que alternativamente se espesan y se disipan, la humanidad asciende sin reposo hacia remotas cumbres.

Los más las ignoran; pocos elegidos pueden verlas y poner allí su Ideal, aspirando a aproximársele. Orientadas por la exigua constelación de visionarios, las generaciones remontan desde la rutina hacia Verdades cada vez menos inexactas y desde el prejuicio hacia Virtudes cada vez menos imperfectas. Todos los caminos de la santidad conducen hacia el punto infinito que marca su imaginaria convergencia.