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El hombre mediocre

tican una norma o difunden un catecismo. El santoral católico es irrisorio. Junto a pocas vidas que merecen la hagiografía de un Fra Domenico Cavalca, muchas hay que no interesan al moralista ni al psicólogo; numerosas tientan la curiosidad de los alienistas y ctras sólo revelan el interesado homenaje de los concilios al fanatismo localista de ciertos rebaños industriosos.

Pongamos más alta la santidad: donde señale una orientación inconfundible en la historia de la moral. Cada hora de la humanidad tiene un clima, una atmósfera y una temperatura, que sin cesar varían. Cada clima es propicio al florecimiento de ciertas virtudes; cada atmósfera se carga de creencias que señalan su orientación intelectual; cada temperatura marca los grados de fe con que se acentúan determinados ideales y aspiraciones. Una humanidad que evoluciona no puede tener ideales inmutables, sino incesantemente perfectibles, cuyo poder de transformación sea infinito como la vida. Las virtudes del pasado no son las virtudes del presente; los santos de mañana no serán los mismos de ayer. Cada momento de la historia requiere cierta forma de santidad que sería estéril si no fuera oportuna, pues las virtudes se van plasmando en las variaciones de la vida social.

En el amanecer de los pueblos, cuando los hombres viven luchando a brazo partido con la naturaleza avara, es indispensable ser fuertes y valientes para imponer la hegemonía o asegurar la libertad del grupo; entonces la cualidad su prema es la excelencia física y la virtud del coraje se transforma en culto de héroes, equiparados a los dioses. La santidad está en el heroísmo.

En las grandes crisis de renovación moral, cuando la apatía o la decadencia amenazan disolver un pueblo o una raza, la virtud excelente entre todas es la integridad del carácter, que permite vivir o morir por un ideal fecundo para el común engrandecimiento. La santidad está en el apostolado.

En las plenas civilizaciones más sirve a la humanidad el que descubre una nueva ley de la naturaleza o enseña a dominar alguna de sus fuerzas, que quien culmina por su