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El hombre mediocre

sos, buscan cómplices diestros para avanzar en la tiniebla.

Después de los primeros tanteos se marcha de prisa, hasta que las raíces mismas de su moral se aniquilan. Así resbalan por la pendiente, aumentando la cohorte de lacayos y parásitos: centenares de Gil Blas carcomen las bases de la sociedad que ha pretendido modelarlos a su imagen y semejanza.

Los hombres sin ideales son incapaces de resistir las asechanzas de hartazgos materiales sembrados en su camino.

Cuando han cedido a la tentación quedan cebados, como las fieras que conocen el sabor de la sangre humana.

Por la circunstancia de pensar siempre con la cabeza de la sociedad, el doméstico es el puntal más seguro de todos los prejuicios políticos, religiosos, morales y sociales.

Gil Blas está siempre con las manos congestionadas por el aplauso a los ungidos y con el arma filosa para agredir al rebelde que anuncia una herejía. El panurgismo y la intolerancia son los colores de su escarapela, cuyo respeto exige de todos.

Es incalculable la infinidad de gentes domésticas que nos rodea. Cada funcionario tiene un rebaño voraz, sumiso a sus caprichos, como los hambrientos al de quien los harta.

Si fuesen capaces de vergüenza, los adulones vivirían más enrojecidos que las amapolas; lejos de eso, pasean su domesticidad y están orgullosos de ella exhibiéndola con donaire, como luce la pantera las aterciopeladas manchas de su piel. La domesticación realízase de cien maneras, tentando sus apetitos. En los límites de la influencia oficial los medios de aclimatación se multiplican, especialmente en los países apestados de funcionarismo. Los pobres de carácter no resisten; ceden a esa hipnotización. La pérdida de su dignidad iníciase cuando abren el ojo a la prebenda que estremece su estómago o nubla su vanidad, inclinándose ante las manos que hoy le ctorgan el favor y mañana le manejarán la rienda. Aunque ya no hay servidumbre legal, muchos sujetos, libres de la domesti idad forzosa, se avienen a ella voluntariamente, por vocación implícita en su flaqueza. Están mancillados desde la cuna; aun no habiendo