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José Ingenieros

corrompidas hasta jactarse de vicios infames; pero ninguna ha tenido el coraje de confesarse envidiosa. Reconocer la propia envidia implicaría, a la vez declararse inferior al envidiado; trátase de pasión tan abominable y tan universalmente detestada que avergüenza al más impúdico y se hace lo indecible por ocultarla.

Sorprende que los psicólogos la olviden en sus estudios sobre las pasiones, limitándose a mencionarla como un caso particular de los celos. Fué siempre tanta su difusión y su virulencia que ya la mitología greco—latina le atribuye origen, sobrehumano, haciéndola nacer de las tinieblas nocturnas. El mito le asigna cara de vieja horriblemente flaca y exangüe cubierta la cabeza de víboras en vez de cabellos. Su mirada es hosca y los ojos hundidos, los dientes negros y la lengua untada con tósigos fatales; con una mano ase tres serpientes, y con la otra una hidra o una tea; incuba en su seno un monstruoso reptil que la devora continuamente y le instila su veneno; está agitada; no ríe; el sueño nunca cierra los párpados sobre sus ojos irritados. Todo suceso feliz la aflige o atiza su congoja; destinada a sufrir, es el verdugo implacable de sí misma.

140 Es pasión traidora y propicia a la hipocresía. Es el odio como la ganzúa a la espada; la emplean los que no pueden competir con los envidiados. En los ímpetus del odio puede palpitar el gesto de la garra que en un desesperado estremecimiento destroza y aniquila; en la subrepticia reptación de la envidia sólo se percibe el arrastramiento tímido del que busca morder el talón.

Teofrasto creyó que la envidia se confunde con el odio o nace de él, opinión ya enunciada por Aristóteles, su maestro. Plutarco abordó la cuestión, preocupándose de establecer diferencias entre las dos pasiones (Obras morales, II ).

Dice que a primera vista se confunden; parecen brotar de la maldad; y cuando se asocian tórnanse más fuertes, como las enfermedades que se complican. Ambas sufren del bien y gustan del mal ajeno; pero esta semejanza no basta para confundirlas, si atendemos sus diferencias. Sólo se odia lo que se cree malo o nocivo; en cambio, toda prosperidad exoita la envidia, come cualquier resplander irrita los ojos