Página:El hombre mediocre. Sexta edición (1926).pdf/147

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
143
El hombre mediocre

EL HOMBEZEDIOCRE

143 cia que acompaña a toda noble afirmación de la personalidad.

Por deformación de la tendencia egoista algunos hombres están naturalmente inclinados a envidiar a los que poseen tal superioridad por ellos anhelada en vano; la envidia es mayor cuando más imposible se considera la adquisición del bien codiciado. Es el reverso de la emulación; ésta es una fuerza propulsora y fecunda, siendo aquélla una rémora que traba y esteriliza los esfuerzos del envidioso. Bien lo comprendió Bartrina, en su admirable quintilla:

"La envidia y la emulación parientes dicen que son:

aunque en todo diferentes, al fin también son parientes el diamante y el carbón".

La emulación es siempre noble: el odio mismo puede serlo algunas veces. La envidia es una cobardía propia de los débiles, un odio impotente, una incapacidad manifiesta de competir o de odiar.

El talento, la belleza, la energía, quisieran verse reflejados en todas las cosas e intensificados en proyecciones innúmeras; la estulticia, la fealdad y la impotencia sufren tanto o más por el bien ajeno que por la propia desdicha.

Por eso toda superioridad es admirativa y toda subyacencia es envidiosa. Admirar es sentirse crecer en la emulación con los más grandes.

Un ideal preserva de la envidia. El que escucha ecos de voces proféticas al leer los escritos de los grandes pensadores; el que siente grabarse en su corazón, con caracteres profundos como cicatrices, su clamor visionario y divino; el que se extasía contemplando las supremas creaciones plásticas; el que goza de íntimos escalofríos frente a las obras maestras accesibles a sus sentidos, y se entrega a la vida que palpita en ellas, y se conmueve hasta cuajársele de lágrimas los ojos, y el corazón bullicioso se le arrebata en fiebres de emoción; ese tiene un noble espíritu y puede incubar el deseo de crear tan grandes cosas como las