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José Ingenieros
V.—LA VIRTUD DE LA IMPOTENCIA

Será verdad lo que se afirma desde Lucrecio y Montaigne .hasta Ribot y Ostwald; pero los viejos no renunciarán a sus protestas contra los jóvenes, ni éstos acatarán en silencio la hegemonía de las canas.

Los viejos olvidan que fueron jóvenes y éstos parecen ignorar que serán viejos: el camino a recorrer es siempre el mismo, de la originalidad a la mediocridad, y de ésta a la inferioridad mental.

¿Cómo sorprendernos, entonces, de que los jóvenes revolucionarios terminen siendo viejos conservadores? ¿Y qué de extraño en la conversión religiosa de los ateos Ilegados a la vejez? ¿Cómo podría el hombre, activo y emprendedor a los treinta años, no ser apático y prudente a los ochenta? ¿Cómo asombrarnos de que la vejez nos haga avaros, misántropos, regañones, cuando nos va entorpeciendo paulatinamente los sentidos y la inteligencia, como si una mano misteriosa fuera cerrando una por una todas las ventanas entreabiertas frente a la realidad que nos rodea?

La ley es dura, pero es ley. Nacer y morir son los términos inviolables de la vida; ella nos dice con voz firme que lo normal no es nacer ni morir en la plenitud de nuestras funciones. Nacemos para crecer, envejecemos para morir.

Todo lo que la Naturaleza nos ofrece para el crecimiento, nos lo sustrae preparando la muerte.

Sin embargo, los viejos protestan de que no se les respeta bastante, mientras los jóvenes se desesperan por lo excesivo de ese respeto. La historia es de todos los tiempos.

Cicerón escribió su De Senectute con el mismo espíritu con que hoy Faguet escribe ciertas páginas de su ensayo sobre La Vieillesse. Aquél se quejaba de que los viejos fueran poco respetados en el imperio; éste se queja de que lo sean menos en la democracia. Asombran las palabras de Faguet cuando afirma que los viejos no son escuchados, pretendiendo ver en ello la negación de una competencia más.

Alega que en los pueblos primitivos, como hoy entre los