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El hombre mediocre


179 ciertos hombres inservibles se adaptan maravillosamente a los desiderata del sufragio universal; la grey se prosterna ante los fetiches más huecos y los rellena con su alambicada tontería.

Los cómplices, grandes o pequeños, aspiran a convertirse en funcionarios. La burocracia es una convergencia de voracidades en acecho. Desde que se inventaron los Derechos del Hombre todo imbécil lo sabe de memoria para explotarlos, como si la igualdad ante la ley implicara una equivalencia de aptitudes. Ese afán de vivir a expensas del Estado rebaja la dignidad. Cada elector que cruza las calles, de prisa, preocupado, a pie, en automóvil, de blusa, enguantado, joven, maduro, a cualquier hora, podéis asegurar que está domesticándose, envileciéndose: busca una recomendación o la lleva en su faltriquera.

El funcionario crece en las modernas burocracias. Otrora, cuando fué necesario delegar parte de sus funciones, los monarcas elegían a hombres de mérito, experiencia y fidelidad. Pertenecían casi todos a la casta feudal; los grai. des cargos la vinculaban a la causa del señor. Junto a esa, formábanse pequeñas burocracias locales. Creciendo las instituciones de gobierno el funcionarismo creció, llegando a ser una clase, una rama nueva de las oligarquías dominantes. Para impedir que fuese altiva, la reglamentaron, quitándole toda iniciativa y ahogándola en la rutina. A su afán de mando se opuso una sumisión exagerada. La pequeña burocracia no varía; la grande, que es su llave, cambia con la piara que gobierna. Con el sistema parlamentario se la esclavizó por partida doble: del ejecutivo y del legislativo. Ese juego de influencias bilaterales converge a empequeñecer la dignidad de los funcionarios. El mérito queda excluído en absoluto; basta la influencia. Con ella se asciende por caminos equívocos. La característica del zafio es creerse apto para todo, como si la buena intención salvara la incompetencia. Flaubert ha contado en páginas eternas la historia de dos mediocres que ensayan lo ensayable: Buvard y Pécuchet. Nada hacen bien, pero a nada renuncian. Ellos pueblan las mediocracias; son funcionarios de cualquier