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El hombre mediocre

del tonto, sin sospechar la insuficiencia de la tramoya. Ni el pavo parece águila, ni corcel la mula: se les reconoce al pasar, viendo su moco eréctil u oyendo el chacoloteo de su herradura.

Su gravitación negativa seduce a los caracteres domesticados: no piensan, no roban, no oprimen, no sueñan, no asesinan, no faltan a misa, ¿qué más? Cuando las facciones forjan el Fénix, lo encumbran como su símbolo perfecto. Poseen cosméticos para sus fisonomías arrugadas:

la grandílocua rancidez de programas a cuyo pie buscaríase de inmediato la firma de Bertoldo, si los vastos soponcios no traslucieran prudentes reticencias de Tartufo. Es preferible que estén cuajados de vulgaridades y escritos en pésimo estilo; gustan más a la clientela. Un programa abstracto es perfecto: parece idealista y no lastima las ideas que cree tener cada cómplice. De cada cien, noventa y nueve mienten lo mismo: la grandeza del país, los sagrados principios democráticoas, los intereses del pueblo, los derechos del ciudadano, la moralidad administrativa.

Todo ello, si no es desvergüenza consuetudinaria, resulta de una tontería enternecedora; simula decir mucho y no significa nada. El miedo a las ideas concretas ocúltase bajo el antifaz de las vaguedades cívicas.

No se avergüenzan de escalar el poder a horcajadas sobre la ignominia. Obtemperan a toda villanía que converja a su objeto: cuando hablan de civismo su aliento apesta al pantano originario. Su moral encubre el vicio, por el simple hecho de usufructuarlo. Empujados por torcidos caminos, siguen sembrando en los mismos surcos. Para aprovechar a los indignos han tenido que humillárseles mansamente; los honores que no se conquistan hay que pagarlos con abajamientos. "No puede ser virtuoso el engendrado en un vientre impuro", dicen las Escrituras; los que se encumbran cerrando los ojos e implicándose en mañas de estercoeros, sufriendo los manoseos de los majagranzas, mintiéndose a sí mismos para hartar la acucia de toda una vida, no pueden redimirse del pecado original, aunque, Faustos insubordinados, pretendan escapar al maleficio de sus Mefistófeles.