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José Ingenieros

que podrían; evitan toda firme labor; se apartan de cualquier combate, declarándose espectadores. Pueden practicar el mal por inercia y el bien por equivocación; se entregan a los acontecimientos por incapacidad de orientarlos. "Les paresseux—decía Voltaire—ne sont jamais que des gents médiocres, en quelque genre que ce soit". Por detestables que sean los gobernantes, nunca son peores que cuando no gobiernan. El mal que hacen los tiranos es un enemigo visible; la inercia de los poltrones, en cambio, implica un misterioso abandono de la función por el órgano, la acefalía, la muerte de la autoridad por una caquexia inaccesible a los remedios. Gran inconsciencia es gobernar pueblos cuando la enfermedad o la vejez quitan al hombre el gobierno de sí mismo.

La falta de inspiraciones intrínsecas tórnales sensibles a la coacción de los conspiradores, a la intriga de los domésticos, a la adulación de los palaciegos, a los apremios de los cotahures, a las intimidaciones de los gacetilleros, a las influencias de las sacristías. Su conducta trasluce febledad con cuantos les acechan; ni basta para ocultarla su aparatoso enfestar contra molinos de viento. Cuando llegan al poder lo renuncian de hecho, convencidos de su impotencia para usarlo; se entregan al curso de la ría, como los nadadores incipientes. Jinetes de potros cuyo voltigeo ignoran, cierran los ojos y abandonan las riendas: esa ineptitud para asirlas con sus manos inexpertas llámanla sumisión a la democracia.

El favoritismo es su esclavitud frente a cien intereses que los acosan; ignoran el sentimiento de la justicia y el respeto del mérito. El verdadero justo resiste a la tentación de no serlo cuando en ello tiene un beneficio; el mediocre cede siempre. Profesa una abstracta equidad en los casos que no hieren el valimiento de sus cómplices; pero se complica de hecho en todas sus zirigañas. Nunca, absolutamente, puede haber justicia en preferir el lacayo al digno, el oblicuo al recto, el ignorante al estudioso, el intrigante al gentilhombre, el medroso al valiente. Esa es la corruptela moral de las mediocracias: anteponer el valimiento al mérito.