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El hombre mediocre

La exégesis del genio seria enigmática si se limitara a estudiar la biología de los hombres geniales. Esta sólo revela algunos resortes de su aptitud, y no siempre evidentes.

Algunos pesquisan sus antepasados, remontando si pueden en los siglos, por muchas generaciones, hasta apelmazar un puñado de locos y degenerados, como si en la conjunción de los siete pecados capitales pudiera estallar la chispa que enciende el Ideal de una época. Eso es convertir en doctrina una surpechería, dar visos de ciencia a falaces sofismas. Ni, por esto, veremos en ellos simples productos del medio, olvidando sus singulares atributos. Ni lo uno ni lo otro.

Si tal hombre nace en tal clima y llega en tal hora oportuna, su aptitud preexistente, apropiada entrambos, se desenvuelve hasta la genialidad.

El genio es una fuerza que actúa en función del medio.


+ Probarlo es fácil.

Dos veces la muerte y la gloria se dieron la mano sobre un cadáver argentino. Fué la primera cuando Sarmiento se apagó en el horizonte de la cultura continental; fué la segunda al cegarse en Ameghino las fuentes más hondas de la ciencia nuestra. Pocas tumbas, como las suyas, han visto florecer y entrelazarse a un tiempo mismo el ciprés y el laurel, como si en el parpadeo crepuscular de sus vidas se hubieran encendido lámparas votivas consagradas a la glorificación eterna de su genio.

Merecen tal nombre; cumplieron una función social, realizando obra decisiva y fecunda. Nadie podrá pensar en la educación ni en la cultura de este continente sin evocar el nombre de Sarmiento, su apóstol y sembrador: ni pudo mente alguna comparársele, entre los que le sucedieron en el gobierno y en la enseñanza. En el desarrollo de las doctrinas evolucionistas marcan un hito las concepciones de Ameghino; será imposible no advertir la huella de su paso, y quien lo olvide renunciará a conocer muchos dominios de la ciencia explorados por él.

Sarmiento fué el genio pragmático. Ameghino fué el genio revelador.