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El hombre mediocre

e 199 que tienen clase, como los caballos de carrera. Son más quivos al rebajamiento. En sus prejuicios la dignidad puede tener más parte que en los del advenedizo. Es una diferencia que los preserva de muchos envilecimientos. ¿Es preferible obedecer a castas que tienen la rutina del mando o a pandillas minadas por hábitos de servidumbre?

El privilegio tradicional de la sangre irrita a los demócratas y el privilegio numérica del voto repugna a los aristócratas. La cuna dorada no da aptitudes; tampoco las da la electoral. La peor manera de combatir la mentira democrática sería aceptar la mentira aristocrática; en los dos casos trátase de idénticas ineptitudes con distinta escarapela. Las masas inferiores que podrían ser el "pueblo" urna y los hombres excelentes de cada sociedad que son la "aristocracia natural",—suelen permanecer ajenos a su estrategia.

Entre los demócratas embalumados de igualdad caben audaces lacayos que pretenden suplantar a sus amos con la ayuda de las turbas fanatizadas; entre los aristócratas enmohecidos de tradición caben vanidosos que ansían reducir a sus sirvientes con la ayuda de los hombres de mérito. La historia se repite siempre: las masas y los idealistas son víctimas propiciatorias en esas disputas entre señores feudales y burgueses de levita.

La degeneración mediocrática, que caracteriza Faguet como un "culto de la incompetencia" no depende del régimen político, sino del clima moral de las épocas decadentes. Cura cuando desaparecen sus causas; nunca por reformas legislativas, que es absurdo esperar de los propios beneficiarios. En vano son ensayadas por los tontos o simuladas por los bribones: las leyes no crean un clima. El derecho efectivo es una resultante concreta de moral.

La apasionada protesta de los idealistas puede ser un grito de alarma, lanzado en la sombra; pero el ensueño de enaltecer una democracia resulta ilusorio en las épocas