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El hombre mediocre

En el favoritismo se empantanan los que pisan firme y avanzan los que se arrastran blandos: como en los tembladerales. Cuando el mérito enrostra sus yerros a los arquetipos, arguyen éstos humildemente que no son infalibles; pero está su vileza en subrayar la disculpa con tentadores ofrecimientos, acostumbrados a comerciar el honor. No puede ser juez quien confunde el diamante con la bazofia; cuando se acepta la responsabilidad de gobernar, "equivocarse es una culpa", como sentenció Epicteto. En las mediocracias se ignora que la dignidad nunca llega de hinojos a los estrados de los que mandan.

Repiten con frecuencia el legendario juicio de Midas. Pan osó comparar su flauta de siete carrizos con la lira de Apolo. Propuso una lid al dios de la armonía y fué árbitro el anciano rey frigio. Resonaron Pan los acordes rústicos y Apolo cantó a compás de sus melopeyas divinas.

Decidieron todos que la flauta era incomparable a la lira, unánimes todos, menos el rey, que reclamó la victoria para aquélla. De pronto crecieron entre sus cabellos dos milagrosas orejas: Apolo quedó vengado y Pan se refugió en la sombra. El juez, confuso, quiso ocultarlas bajo su corona.

Las descubrió un cubiculario; corrió a un lejano valle, cavó un pozo y contó allí su secreto. Pero la verdad no se entierra: florecieron rosales que, agitados por las brisas, repiten eternamente que Midas tuvo orejas de asno.

La historia castiga con tanta severidad como la leyenda:

una página de crónica dura más que un rosal. Nadie pregunta si los crucificadores de Cristo, los ustores de Bruno y los burladores de Colón fueron bribones o reblandecidos.

Su condena es la misma e ilevantable. La justicia es el respeto del mérito. Un Marco Aurelio sabe que en cada generación hay diez o veinte espíritus privilegiados, y su genio consiste en fomentarlos todos: un Panza los excluye de su ínsula, usando solamente a los que se domestican, es decir, a los peores como carácter y moralidad. Siempre son injustos los que escuchan el servil sin interrogar al digno. Nunca piden favor los que merecen justicia. Ni lo aceptan. Encuentran natural que los pravos prefieran a sus similares; es