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El hombre mediocre

esas mentes preclaras, algunas llegarán a la genialidad si lo determinan circunstancias extrínsecas: su obra revelará si tuvieron funciones decisivas en la vida o en la cultura de su pueblo.

Genio y talento colaboran por igual al progreso humano.

Su labor se integra. Se complementan como la hélice y el timón: el talento trepana sin sosiego las olas inquietas y el genio marca el rumbo hacia imprevistos horizontes.

La obra de Ameghino es creadora: eso la caracteriza. Una inmensa fauna paleontológica permanecía en el misterio antes de que él la revelara a la ciencia moderna y formulase una teoría general para explicar sus emigraciones en los siglos remotos. Crear es inventar, como lo expresó Voltaire. El genio revélase por una aptitud inventiva o creadora aplicada a cosas vastas o difíciles. En la vida social, en la ciencias, en las artes, en las virtudes, en todo, se manifiesta con anticipaciones audaces, con una facilidad espontánea para salvar los obstáculos entre las cosas y las ideas, con una firme seguridad para no desviarse de su camino. En ciertos casos descubre lo nuevo; en otros acerca lo remoto y percibe relaciones entre las cosas distantes, según lo definió Ampére. No consiste simplemente en inventar o descubrir: las invenciones que se producen por casualidad, sin ser expresamente pensadas, no requieren aptitudes geniales.

El genio descubre lo que escapa a la reflexión de siglos o generaciones, induce leyes que expresan una relación inesperada entre las cosas, señala puntos que sirven de centro a mil desarrollos y abre caminos en la infinita exploración de la naturaleza.

¿En qué consiste, entonces? ¿No es soplo divino, no es demonio, no es enfermedad? Nunca. Es más sencillo y más excepcional a la vez. Más sencillo porque depende de una complicada estructura del cerebro y no de entidades fantásticas; más excepcional porque el mundo pulula de enfermos y rara vez se anuncia un Ameghino.