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El hombre mediocre

▪ 225 cerciorarse mejor del camino, sin romper la coherencia de la obra total: esa armonía de la síntesis que escapa a los espíritus subalternos. Ameghino converge a un fin por todos los senderos; nada le desvía, mira alto y lejos, va derechamente, sin las prudencias que traban el paso a las medianías, sin detenerse ante los mil interrogantes que de todas partes le acusan para distraerle de la Verdad que le en treabre algún pliegue de sus velos.

La verdadera contradicción, la que esteriliza el esfuerzo y el pensamiento, reside en la deshilvanada heterogeneidad que empalaga las obras de los mediocres. Viven éstos con la pesadilla del juicio ajeno y hablan con énfasis para que muchos les escuchen aunque no les entiendan; en su cerebro anidan todas las ortodoxias, no atreviéndose a bostezar sin metrónomo. Se contradicen forzados por las circunstan—


as: los rutinarios serían supremas lumbreras si éstas se juzgaran por la simple incongruencia. Para señalar el punto de intersección entre dos teorías, dos creencias, dos épocas o dos generaciones, requiérese un supremo equilibrio. En las pequeñas contingencias de la vida ordinaria, el hombre vulgar puede ser más astuto y hábil; pero en las grandes horas de la evolución intelectual y social todo debe esperarse del genio. Y solamente de él.

Sería absurdo decir que la genialidad es infalible, no existiendo verdades imperfectibles; cien rectificaciones podrán hacerse en la obra de Ameghino, y muy especialmente en sus hipótesis sobre el sitio de origen de la especie humana. Los genios pueden equivocarse, suelen equivocarse, conviene que se equivoquen. Sus creaciones falsas resultan utilísimas por las correcciones que provocan, las investigaciones que estimulan, las pasiones que encienden, las inercias que remueven. Los hombres mediocres se equivocan de vulgar manera; el genio, aun cuando se desploma, enciende una chispa, y en su fugaz alumbramiento se entrevé alguna cosa Verdad no sospechada antes. No es menos grande Platón or sus errores ni lo son por ellos Shakespeare o Kant. En us genios que se equivocan hay una viril firmeza que a todos impone respeto. Mientras los contemporizadores am.