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José Ingenieros

agradable, la mujer más bella, los amigos más leales, los horizontes más risueños, el aislamiento más tranquilo. La pobreza impone el enrolamiento social; el individuo se inscribe en un gremio, más ó menos jornalero, más ó menos funcionario, contrayendo deberes y sufriendo presiones denigrantes que le empujan á domesticarse. Enseñaban los estoicos el secreto de la dignidad: contentarse con lo que se tiene, restringiendo las propias necesidades. Un hombre libre no espera nada de otros. No necesita pedir. La felicidad que da el dinero está en no tener que preocuparse de él; por ignorar ese precepto no es libre el avaro, ni es feliz. Los bienes que tenemos son la base de nuestra independencia; los que deseamos son la cadena remachada sobre nuestra esclavitud. La fortuna aumenta la gracia de los espíritus cultivados y torna insolente la vulgaridad de los palurdos. Los únicos bienes intangibles son los que acumulamos en el cerebro y en el corazón; cuando ellos faltan ningún tesoro los sustituye.

Los orgullosos tienen el culto de su dignidad; quieren poseerla inmaculada, libre de remordimientos, sin flaquezas que la envilezcan ó rebajen. Á ella sacrifican bienes, honores, éxitos: todo lo que es propicio al crecimiento de la sombra. Para conservar la estima propia no vacilan en afrontar la opinión de los mansos y embestir sus prejuicios; pasan por indisciplinados ó peligrosos entre los que en vano intentan malear su altivez. Estos hombres son raros en las mediocracias mo