Página:El hombre mediocre (1913).pdf/206

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
204
José Ingenieros

La que ha nacido bella—y la Belleza para ser completa requiere, entre otros dones, la gracia, la pasión y la inteligencia—tiene asegurado el culto de la envidia. Sus más nobles superioridades serán adoradas por las envidiosas; en ellas clavarán sus incisivos, como sobre una lima, sin advertir que su desdén las convierte en vestales de la gloria ajena. Mil lenguas viperinas le quemarán el incienso de sus críticas; las miradas oblicuas de las sufrientes fusilarán su belleza por la espalda; las almas tristes le elevarán sus plegarias en forma de calumnias, torvas como el remordimiento que no las detiene pero las atosiga.

Quien haya leído la séptima metamorfosis, en el libro segundo de Ovidio, no olvidará jamás que, á instancia de Minerva, fué Aglaura transfigurada en roca, castigando así su envidia de Hersea, la amada de Mercurio. Allí está escrita la más perfecta alegoría de la envidia, devorando víboras para alimentar sus furores, como no la perfiló ningún otro poeta de la era pagana.

El hombre vulgar envidia la fortuna y las posiciones burocráticas. Cree que ser adinerado y funcionario es el supremo ideal de los demás, partiendo de que lo es suyo. El dinero permite al mediocre satisfacer sus vanidades más inmediatas; el destino burocrático le asigna un sitio en el escalafón del estado y le prepara ulteriores jubilaciones. De allí que el proletario envidie al burgués, sin renunciar á substituirlo; por eso mismo la escala del presupuesto es una jerarquía de envidias, per