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José Ingenieros

Las verdades generales no son irrespetuosas; dejan entreabierta una rendija por donde escapan las excepciones particulares. ¿Por qué no decir la conclusión desconsoladora? Ser viejo es ser mediocre, con rara excepción. La máxima desdicha de un hombre superior es sobrevivirse á sí mismo, nivelándose con los demás. ¡Cuántos se suicidarían si pudieran advertir ese pasaje terrible del hombre que piensa al hombre que vegeta, del que empuja al que es arrastrado, del que ara surcos nuevos al que se esclaviza en las huellas de la rutina! Vejez y mediocridad suelen ser desdichas paralelas.

El «genio y figura, hasta la sepultura», es una excepción muy rara en los hombres de ingenio excelente, si son longevos; suele confirmarse cuando mueren á tiempo, antes de que la fatal opacidad crepuscular empañe los deslumbramientos del espíritu. En general, si mueren tarde, una pausada neblina comienza á velar su mente con los achaques de la vejez; si la muerte se empeña en no venir, los genios tórnanse extraños á sí mismos, supervivencia que los lleva á no comprender su propia obra. Les sucede como á un astrónomo que perdiera su telescopio y acabara por dudar de sus anteriores descubrimientos, al verse imposibilitado para confirmarlos á simple vista.

La decadencia del hombre que envejece está representada por una regresión sistemática de la intelectualidad. Al principio la vejez mediocriza á todo hombre superior; más tarde la decrepitud inferioriza al viejo ya mediocre.