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El hombre mediocre

riosidad de mil ojos, siempre atenta para no perder la más imperceptible titilación del mundo que la solicita. Su sensibilidad es aguda, plural, caprichosa, artista, como si los nervios hubieran centuplicado su impresionabilidad. Su gesto sigue prontamente el camino de las nativas inclinaciones: entre diez partidos adoptan aquél subrayado por el latir más intenso de su corazón. Son dionisíacos. Sus aspiraciones se traducen por esfuerzos activos sobre el medio social ó por una hostilidad contra todo lo que obstruye sus corazonadas y ensueños. Construyen sus ideales sin conceder nada á la realidad, rehusándose al contralor de la experiencia, agrediéndola si ella los contraría. Son ingenuos y sensibles, fáciles de conmoverse, accesibles al entusiasmo y á la ternura: con esa ingenuidad sin doblez que los hombres prácticos ignoran. Un minuto les basta para decidir de toda una vida. Su ideal cristaliza en firmezas inequívocas cuando la realidad los hiere con más saña.

Todo romántico está por Quijote contra Sancho, por Cyrano contra Tartufo, por Stockmann contra Gil Blas: por cualquier ideal contra toda mediocridad. Prefiere la flor al fruto, presintiendo que éste no podría existir jamás sin aquélla. Los mercaderes y las turbas saben que la vida guiada por el interés brinda provechos materiales; los románticos creen que la suprema dignidad se incuba en el ensueño y la pasión. Para ellos un beso de tal mujer vale más que cien tesoros de Golconda.

Su elocuencia está en su corazón: disponen de