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El hombre mediocre

y las cosas que los rodean. La sociedad piensa y quiere por ellos. No tienen voz, son un eco. No hay líneas definidas ni en su propia sombra: es una penumbra.

En los idealistas hay profundidades ó encrespamientos sublimes, como en el océano; en los mediocres la superficie dilátase en quietud imperturbable, como en las ciénagas. Son el lastre de la sociedad: es su destino oponerse al impulso de los originales. Hay en el fondo de su psicología una espesa pincelada gris. La falta de personalidad los hace igualmente incapaces de bien y de mal, si de su iniciativa depende. Desfilan á hurtadillas, inadvertidos, sin aprender ni enseñar, diluyendo en tedios su insipidez tranquila, vegetando en la sociedad que ignora su existencia: ceros á la izquierda que nada califican y para nada cuentan. Su falta de robustez moral háceles ceder á la más leve presión, sufrir todas las influencias, altas y bajas, grandes y pequeñas, transitoriamente arrastrados á la altura por el más leve céfiro ó revolcados por la ola menuda de un arroyuelo. Barcos de amplio velamen, pero sin timón, no saben adivinar su propia ruta: ignoran si irán á varar en una quieta playa arenosa ó á quebrarse estrellados contra un escollo.

Están en todas partes, aunque en vano buscaríamos uno solo que se conociera; si lo halláramos sería un original, por el simple hecho de enrolarse en la mediocridad. ¿Quién no se atribuye alguna virtud, cierto talento ó un firme carácter? Mu-