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José Ingenieros

cierto efímero valor para los apetitos del mediocre. Pero hay algo que embellece los placeres y califica la vida del idealista: la afirmación de la propia personalidad y la cantidad de hombría aquilatada en la dignificación de nuestro yo. Vivir es aprender, para ignorar menos; es amar, para vincularnos á una parte mayor de humanidad; es admirar, para compartir las excelencias de la naturaleza y de los hombres; es un esfuerzo por mejorarse, un incesante afán de elevación hacia ideales definidos. Muchos nacen; pocos viven. Los hombres mediocres son innumerables y vegetan moldeados por su rebaño, como cera fundida en el cuño social. Su moralidad exigua y su inteligencia acorchada sujétanles á perpetua disciplina del pensar y de la conducta; su existencia es puramente negativa como unidades sociales. Sirven de cemento ó cañamazo para sostener á los que viven y piensan.

Nunca se eleva sobre el nivel de los prejuicios colectivos: el mediocre es áptero, no puede volar. Forma legión. Desgóznase cada uno hasta acomodarse á la conducta común de la grey; está bien mediocrizado cuando ningún rasgo permite individualizarlo. Al clasificar los caracteres humanos en sensitivos y activos, Ribot comprendió la necesidad de separar los mediocres, cuya característica es no tener ninguna: «indiferentes», viven sin que se advierta su existencia. Son productos adventicios del medio, de las circunstancias, de la educación que reciben, de las personas