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las arpas y laúdes que en el carro sonaban, y levantándose en pie la figura de la ropa, la apartó á entrambos lados; y quitándose el velo del rostro, descubrió patentemente ser la mesma figura de la muerte, descarnada y fea, de que don Quijote recibió pesadumbre, y Sancho miedo, y los duques hicieron algún sentimiento temeroso. Alzada y puesta en pie esta muerte viva, con voz algo dormida y con lengua no muy despierta comenzó á decir desta manera:

—1 Yo soy Merlín, aquel que las historias dicen que tuve por mi padre al diablo, mentira autorizada de los tiempos, príncipe de la mágica, y monarca y archivo de la ciencia zoroástrica, émulo á las edades y á los siglos, que solapar pretenden las hazañas de los andantes bravos caballeros, á quien yo tuve y tengo gran cariño.

Y puesto que es de encantadores, de los magos ó mágicos, contino dura la condición, áspera y fuerte, la mía es tierna, blanda y amorosa, y amiga de hacer bien á todas gentes.

En las cavernas lóbregas de Dite, donde estaba mi alma entretenida en formar ciertos rombos y carateres, llegó la voz doliente de la bella y sin par Dulcinea del Toboso.

Supe su encantamento y su desgracia, y su trasformación de gentil dama en rústica aldeana: condolíme, y encerrando mi espíritu en el hueco desta espantosa y fiera notomía,