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después de haber revuelto cien mil libros desta mi ciencia endemoniada y torpe, vengo á dar el remedio que conviene á tamaño dolor, á mal tamaño.

Oh tú, gloria y honor de cuantos visten las túnicas de acero y de diamante, luz y farol, sendero, norte y guía de aquellos que dejando el torpe sueño y las ociosas plumas, se acomodan á usar el ejercicio intolerable de las sangrientas y pesadas armas :

á ti digo, oh varón, como se debe por jamás alabado, á ti, valiente.

Juntamente y discreto don Quijote, de la Mancha esplendor, de España estrella, que para recobrar su estado primo la sin par Dulcinea del Toboso, es menester que Sancho tu escudero se dé tres mil azotes y trecientos en ambas sus valientes posaderas, al aire descubiertas y de modo que le escuezan, le amarguen y le enfaden, y en estos se resuelven todos cuantos de su desgracia han sido los autores.

Y á esto es mi venida, mis señores.

Voto á tal, dijo á esta sazón Sancho, no digo yo tres mil azotes, pero así me daré yo tres como tres puñaladas. Válate el diablo por modo de desencantar: yo no sé qué tienen que ver mis posas con los encantos. Por Dios que si el señor Merlín no ha hallado otra manera como desencantar á la señora Dulcinea del Toboso, encantada se podrá ir á la sepultura.

—Tomaros he yo, dijo don Quijote, don villano,