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comieras una docena de sapos, dos de lagartos y tres de culebras; si te persuadieran á que mataras á tu mujer y á tus hijos con algún truculento y agudo alfanje, no fuera maravilla que te mostraras melindroso y esquivo; pero hacer caso de tres mil y trescientos azotes, que no hay niño de la doctrina, por ruin que sea, que no se los lleve cada mes, admira, adarva, espanta á todas las entrañas piadosas de los que lo escuchan, y aun las de todos aquellos que lo vinieren á saber con el discurso del tiempo. Pon, oh miserable y endurecido animal, pon, digo, esos tus ojos de mochuelo espantadizo en las niñas destos míos, comparados á rutilantes estrellas, y veráslos llorar hilo á hilo, y madeja á madeja, haciendo surcos, carreras y sendas por los hermosos campos de mis mejillas. Muévate, socarrón y mal intencionado monstruo, que la edad tan florida mía, que aún se está todavía en el diez y... de los años, pues tengo diez y nueve, y no llego á veinte, se consume y marchita debajo de la corteza de una rústica labradora; y si ahora no lo parezco, es merced particular que me ha hecho el señor Merlín, que está presente, sólo porque te enternezca mi belleza: que las lágrimas de una afligida hermosura vuelven en algodón los riscos, y los tigres en ovejas. Date, date en esas carnazas, bestión indómito, y saca de harón ese brío, que sólo á comer y más comer te inclina, y pon en libertad la lisura de mis carnes, la mansedumbre de mi condición, y la belleza de mi faz; y si por mí no quieres ablandarte, ni reducirte á algún razonable término, hazlo por ese pobre caballero que á tu lado tienes, por tu amo, digo, de quien estoy viendo el alma, que la tiene atravesada DON QUIJOTE .—8 TOMO III

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