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en la garganta, no diez dedos de los labios, que no espera sino tu rígida ó blanda respuesta, ó para salirse por la boca, ó para volverse al estómago.

1 Tentóse oyendo esto la garganta don Quijote, y dijo volviéndose al duque:

—Por Dios, señor, que Dulcinea ha dicho la verdad, que aquí tengo el alma atravesada en la garganta como una nuez de ballesta.

—¿Qué decís vos á esto, Sancho? preguntó la duquesa.

—Digo, señora, respondió Sancho, lo que tengo dicho, que de los azotes abernuncio.

—Abrenuncio habéis de decir, Sancho, y no como decís, dijo el duque.

—Déjeme vuestra grandeza, respondió Sancho, que no estoy ahora para mirar en sotilezas, ni en letras más o menos, porque me tienen tan turbado estos azotes que me han de dar, que no sé lo que me digo ni lo que me hago. Pero querría yo saber de la señora mi señora Dulcinea del Toboso, adónde aprendió el modo de rogar que tiene: viene á pedirme que me abra las carnes á azotes, y llámame alma de cántaro y bestión indómito, con una tiramira de malos nombres, que el diablo los sufra. Por ventura son mis carnes de bronce, ó vame á mí algo en que se desencante ó no? ¿Qué canasta de ropa blanca, de camisas, de tocadores y de escarpines, aunque no los gasto, trae delante de sí para ablandarme, sino un vituperio y otro, sabiendo aquel refrán que dicen por ahí: que un asno cargado de oro sube ligero por una montaña, y que dádivas quebrantan peñas, y á Dios rogando y con el mazo dando, y que más vale un toma que dos te daré? Pues el señor mi amo, que había de traerme la mano por el cerro y halagarme, para