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mismo desaforada de grande. Por encima de la loba le ceñía y atravesaba un ancho tahelí también negro, de quien pendía un desmesurado alfanje, de guarniciones y vaina negra. Venía cubierto el rostro con un transparente velo negro, por quien se entreparecía una longuísima barba blanca como la nieve. Movía el paso al són de los tambores con mucha gravedad y reposo. En fin, su grandeza, su contoneo, su negrura y su acompañamiento pudiera y pudo suspender á todos aquellos que sin conocerle le miraron. Llegó pues con el espacio y prosopopeya referida á hincarse de rodillas ante el duque, que en pie con los demás que allí estaban le atendía. Pero el duque en ninguna manera le consintió hablar hasta que se levantase. Hízolo así el espantajo prodigioso, y puesto en pie alzó el antifaz del rostro, y hizo patente la más horrenda, la más larga, la más blanca y más poblada barba que hasta entonces humanos ojos habían visto, y luego desencajó y arrancó del ancho y dilatado pecho una voz grave y sonora, y poniendo los ojos en el duque, dijo:

—Altísimo y poderoso señor, á mí me llaman Trifaldin el de la barba blanca: soy escudero de la condesa Trifaldi, por otro nombre llamada la Dueña Dolorida, de parte de la cual traigo á vuestra grandeza una embajada, y es que lazestra magnificencia sea servida de darla facultad y licencia para entrar á decirle su cuita, que es una de las más nuevas y más admirables que el más cuitado pensamiento del orbe pueda haber pensado: y primero quiere saber si está en este vuestro castillo el valeroso y jamás vencido caballero don Quijote de la Mancha, en cuya busca viene á pie y sin desayunarse desde el reino de Candaya hasta este