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más sus estados abundan; empero esta condesa por favorecer la novedad de su falda dejó el Lobuna y tomó el Trifaldi. Venían las doce dueñas y la señora á paso de procesión, cubiertos los rostros con unos velos negros, y no trasparentes como el de Trifaldín, sino tan apretados, que ninguna cosa se traslucían. Así como acabó de parecer el dueñesco escuadrón, el duque, la duquesa y don Quijote, se pusieron en pie, y todos aquellos que la espaciosa procesión miraban. Pararon las doce dueñas y hicieron calle, por medio de la cual la Dolorida se adelantó sin dejarla de la mano Trifaldín, viendo lo cual el duque, la duquesa y don Quijote, se adelantaron obra de doce pasos á recebirla. Ella, puestas las rodillas en el suelo, con voz antes basta y ronca que sutil y delicada, dijo:

—Vuestras grandezas sean servidas de no hacer tanta cortesía á este su criado, digo á esta su criada, porque según soy de dolorida, no acertaré á responder á lo que debo, á causa que mi extraña y jamás vista desdicha me ha llevado el entendimiento no sé adónde, y debe de ser muy lejos pues cuanto más le busco, menos le hallo.

—Sin él estaría, respondió el duque, señora condesa, el que no descubriese por vuestra persona vuestro valor, el cual sin más ver, es merecedor de toda la nata de la cortesía, y de toda la flor de las bien criadas ceremonias: y levantándola de la mano la llevó á asentar en una silla junto á la duquesa, la cual la recibió asimesmo con mucho comedimiento.

Don Quijote callaba, y Sancho andaba muerto por ver el rostro de la Trifaldi y de alguna de sus muchas dueñas; pero no fué posible hasta que ellas de su grado y voluntad se descubrieron. So-