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segados todos y puestos en silencio, estaban esperando quién le había de romper, y fué la dueña Dolorida con estas palabras:

—Confiada estoy, señor poderosísimo, hermosísima señora, y discretísimos circunstantes, que ha de hallar mi cuitísima en vuestros valerosísimos pechos acogimiento no menos plácido que generoso y doloroso, porque ella es tal, que es bastante á enternecer los mármoles, y á ablandar los diamantes, y á molificar los aceros de los más endurecidos corazones del mundo; pero antes que salga á la plaza de vuestros oídos, por no decir orejas, quisiera que me hicieran sabidora si está en este gremio, corro y compañía, el acendradísimo caballero don Quijote de la Manchísima, y su escuderísimo Panza.

— —El Panza, antes que otro respondiese, dijo Sancho, aquí está, y el don Quijotísimo asimismo, y así podréis, dolorosísima dueñísima, decir lo que quisieredísimis, que todos estamos prontos, y aparejadísimos á ser vuestros servidorísimos.

En esto se levantó don Quijote, y encaminando sus razones á la Dolorida dueña, dijo:

—Si vuestras cuitas, angustiada señora, se pueden prometer alguna esperanza de remedio por algún valor ó fuerzas de algún andante caballero, aquí están las mías, que aunque flacas y breves, todas se emplearán en vuestro servicio. Yo soy don Quijote de la Mancha, cuyo asunto es acudir á toda suerte de menesterosos; y siendo esto así, como lo es, no habéis menester, señora, captar benevolencias, ni buscar preámbulos, sino á la llana y sin rodeos decir vuestros males, que oídos os escuchan, que sabrán, sino remediarlos, dolerse dellos.

Oyendo lo cual la Dolorida Dueña hizo señal de