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pájaros, que solamente á hacerlas pudiera ganar la vida cuando se viera en estrema necesidad: que todas estas partes y gracias son bastantes á derribar una montaña, no que una delicada doncella.

Pero toda su gentileza y buen donaire, y todas sus gracias y habilidades fueran poca ó ninguna parte para rendir la fortaleza de mi niña, si el ladrón desuellacaras, no usara del remedio de rendirme á mi primero. Primero quiso el malandrín y desalmado vagamundo granjearme la voluntad y cohecharme el gusto, para que yo, mal alcaide, le entregase las llaves de la fortaleza que guardaba. En resolución, él me aduló el entendimiento, y me rindió la voluntad con no sé qué dijes y brincos que me dió. Pero lo que más me hizo postrar y dar conmigo por el suelo fueron unas coplas que le oí cantar una noche desde una reja que caía á una callejuela donde él estaba, que si mal no me acuerdo decían:

1 De la dulce mi enemiga nace un mal que al alma hiere, y por más tormento quiere que se sienta y no se diga.

Parecióme la trova de perlas, y su voz de almibar, y después acá, digo desde entonces, viendo el mal en que caí por estos y otros semejantes versos, he considerado que de las buenas y concertadas repúblicas se habían de desterrar los poetas como aconsejaba Platón, á lo menos los lascivos, porque escriben unas coplas, no como las del marqués de Mantua, que entretienen y hacen llorar á los niños y á las mujeres, sino unas agudezas, que á modo de blandas espinas os atraviesan el alma, y como rayos os hieren en ella, dejando sano el vestido. Y otra vez cantó: