Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo III (1908).pdf/139

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 135 —

Ven, muerte, tan escondida, que no te sienta venir, porque el placer del morir no me torne á dar la vida.

Y deste jaez otras coplitas y estrambotes, que cantados encantan y escritos suspenden. ¿Pues qué cuando se humillan á componer un género de verso que en Candaya se usaba entonces, á quien ellos llamaban seguidillas? Allí era el brincar de las almas, el retozar de la risa, el desasosiego de los cuerpos, y finalmente el azogue de todos los sentidos. Y así digo, señores míos, que los tales trovadores con justo título los debían desterrar á las islas de los lagartos. Pero no tienen ellos la culpa, sino los simples que los alaban, y las bobas que los creen: y si yo fuera la buena dueña que debía, no me habían de mover sus trasnochados conceptos ni habían de creer ser verdad aquel decir: vivo muriendo, ardo en el hielo, tiemblo en el fuego, espero sin esperanza, pártome y quédome, con otros desta ralea, de que están sus escritos llenos.

¿Pues qué, cuando prometen el fénix de Arabia, la corona de Aridiana, los caballos del sol, del Sur las perlas, de Tíbar el oro, y de Pancaya el bálsamo? Aquí es donde ellos alargan más la pluma, como les cuesta poco prometer lo que jamás piensan ni pueden cumplir. ¿Pero dónde me divierto?

¡Ay de mí, desdichada! ¿ qué locura ó qué desatino me lleva á contar las ajenas faltas, teniendo tanto que decir de las mías? ¡Ay de mí, otra vez sin ventura que no me rindieron los versos, sino mi simplicidad: no me ablandaron las músicas, sino mi liviandad; mi mucha ignorancia y mi poco advertimiento abrieron el camino y desembara-